Eran las campanadas de Fin de Año de La 1, momento en el que millones de españoles estaban frente a la televisión esperando la entrada del año 2025. Resulta que un 1 de enero, día de Año Nuevo y de los con más vacío y falta de ubicación para muchos, se convierte en una imposible desconexión para aquella parte de la sociedad algo enterada y entrometida de las redes sociales, que no tiene problema alguno en hacer uso de la peligrosa y divertida arma de la ideología, o al menos proceder a sentarse y percibirla.
Lo que sucedió este año fue que una tal Lalachus, en compañía de Broncano, saca una estampa de una vaca que viene a tener el rostro de Jesucristo. Esto inmediatamente hizo que parte del sector derechista del país, molesto por este acto, lo criticase fuertemente y con ello hiciese referencia una vez más a la degradación de la televisión pública española. La izquierda, en cambio, considera que este gesto no tuvo nada de desacertado.
Mencionar, por supuesto, el verdadero debate central para todos aquellos que echamos en falta aquellas campanadas con Anne Igartiburu, las de siempre, que representan no más ni menos que la justa medida de la decencia y la elegancia requeridas para la ocasión, y ante lo que inevitablemente se viene echando encima. Sobre todo para aquellos que somos reticentes a cambiar de cadena, La 1, la más clásica, y más en esta ocasión. Pero lo clásico es cada vez menos acertado, y también posible de lograr, porque así lo dictan otro tipo de normas. Y vaya normas.
Supongo que todos recordamos aquel vivo año 2019, fatídico o alegre en lo político por la diversidad que nos compone; en la que la polarización, pienso, dio una voz muy fuerte y determinó que los caminos estaban siendo otros, con los extremos como protagonistas. Un año clave, en el que las formas pasaron a predominar sobre las ideas. Pero, desde entonces y tras pasar por varios acontecimientos pico, puede observarse una rebaja de tono por parte de todas las ideologías. Aquello ya está oxidado. Ya sea en el caso de la derecha por tener más que asumida la desvergüenza que significa un gobierno de Pedro Sánchez, o en la izquierda la seguridad de mantenerse como Gobierno a costa de chantajes y sin verse peligrado. Así, hoy todo ha quedado en palabras repetidas de las que ya estamos cansados. Pero eso no ha significado que el camino esté lleno de rosas. Más bien de grietas.
En este caso, se han mostrado distintas formas de cómo tratar con esos asuntos, que no es fácil. En primer lugar, personas que no han resultado ofendidas, y por otro lado las que deciden tomárselo abiertamente mal y que crea otro escenario en el que unos y otros aprovechan para llamarse antiguos y progres. Y es que en el fondo lo de la estampa no deja de ser algo leve y ponerse al nivel de cualquier meme, sin embargo, era de esperar que la llama de la batalla cultural se reavivara debido al hecho concreto. Pero también debo decir que, para una salida y entrada de año, es mejor no hacer ningún humor de este tipo, sea o no burla, como tampoco querría serlo un típico chiste relativo a negros, gitanos u homosexuales. El humor tiende más bien a no ser inocente.
Las religiones tienen creyentes y las ideologías, afines. En definitiva, seguidores. Y es de lo más respetable. Sin embargo, las pautas que llevan asociadas son relativamente subjetivas, pues pretenden beneficiar a la sociedad, pero mientras no lo consiguen se quedan en una base que en ocasiones solo aspira a la mera distinción del contrario, y al final solo son un beneficio para la propia ideología. En esos círculos, deben ser conscientes de que no todos participamos de esas ideas. Y esto debería hacernos mucho pensar, porque esta división que se libra como conflicto ideológico que para ellos tiene todo el sentido para otros no lo tiene. Por tanto, si siempre ha estado claro que la diversidad de ideas conlleva la necesidad de aprender a vivir en la diferencia, ¿por qué no lo hacemos? Y también en la “indiferencia”. La diferencia que surge de la constante de unas ideas contrapuestas y la indiferencia que nos podría ayudar a digerirlo más sanamente, aunque a veces cueste entenderlo. Las personas no podemos mirar por estos sacos de ideas para decidir nuestras relaciones. Debemos atender a los actos, especialmente a los de reacción, que definen más a las personas y es lo que hace la nueva distinción y más probablemente consigue que nos llevemos mejor, y se evite tal insostenible ruido.
Tampoco se trata de restarle importancia a las ideas, de perder los valores y marginarlas a ese balanceo del relativismo. Sería algo imposible, poco recomendable. Pero lo que no se puede negar es que hay algo que alienta a enfrentarnos unos contra los otros, y conllevaría que el objetivo anda por entender eso mismo.
¿A quién beneficia todo esto? Está claro, a los jugadores que se enfrentan entre sí y acaban extendiendo cierta influencia a los no tan jugadores. A los extremos que queden definidos. ¿Y quién pierde? Los de en medio. Sí, los de en medio. No se sabe ya cuánto hace falta que dos opiniones difirieran para que opciones terceras sean planteadas (libres de prejuicio, más complicado si cabe). Va por todos aquellos que sin complejos podrían estar identificados con esa posición, relativa a estos episodios.
Es desconcertante que la polarización siga teniendo esta presencia en la sociedad, pero de la misma forma utópico sin duda cualquier otro alejado planteamiento. Lo que debe tenerse claro es que la ideología es algo que ha aportado mucho al ser humano, pero también un cáncer que nos es complicado liberar. Y pruebas como esta solo demuestran que la sociedad es débil. Este hecho nos debe recordar que la polarización no está muerta. La sociedad está a la alerta, y es obvio sobre todo en países como España. Podría parecer que significa sentido crítico, pero es todo lo contrario. La mala condena que provoca es toda la gente que puede arrastrar. Mientras las ideas rebosen más de la cuenta, la sociedad no va a llegar a estar calmada. Y ante ello, contra la polarización no hay ni Cristo ni wokismo que pueda hacer nada. Es algo que depende estrictamente del caldo de cultivo, nosotros.
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