Haber cursado francés en el instituto tiene sus ventajas, aunque haya estudiado el
idioma solo durante un año. En una cita, queda bastante bien decir que sabes hablar
español, valenciano, inglés y francés; el multilingüismo tiene un cierto aire seductor
—o eso, al menos, me parece a mí—. Sin embargo, para las entrevistas de trabajo es
mejor no mencionar ese cuarto idioma ya que, en verdad, solo saber decir merci, au
revoir y defenderte con el passé composé no es dominar el idioma del norte de los
Pirineos.
Aunque en apariencia aquellas dos horas semanales del idioma galo han sido una
pérdida de tiempo, mentiría si no asegurara que en esta asignatura recibí una de las
lecciones más importantes de mi vida: la existencia de las coacciones y del abuso de
superioridad.
Que un profesor te saque del aula y te impida volver a clase hasta que no firmes un
papel no es plato de buen gusto. Menos todavía cuando ese papel que acabas
firmando es un reconocimiento de que no sufres acoso escolar y de que todo ha
sucedido porque eres una persona «demasiado sensible».
El remordimiento de haber firmado ese papel me persiguió a lo largo de los años hasta
que entendí que esa firma realmente no existía porque se había producido bajo
coacciones y con abuso de superioridad de un profesor hacia su alumno; me había
quitado la libertad. Así que este «pequeño» incidente de mi adolescencia me enseñó
qué era el libre consentimiento, fundamento de la libertad.
Esta constricción de la libertad es la que ha sufrido Edmundo González en la
residencia del embajador español en Venezuela. Como si fuera la representación de
una obra de teatro, se ha repetido la escena cambiando al mal profesor y al alumno
desprotegido por los dirigentes de una dictadura y el cautivo presidente electo de
Venezuela.
Es habitual que haya malos profesores y alumnos indefensos; la cuestión es que, en
Venezuela, había alguien en el pasillo de ese instituto, una tercera profesora que tenía
la potestad de defender a ese alumno indefenso y corregir el comportamiento del mal
profesor. Pero esa tercera profesora, España, decidió colaborar con la dictadura de
Nicolás Maduro para obligar a Edmundo González a firmar un documento que él no
quería suscribir.
Tristemente, España ha sido una colaboradora necesaria de estas coacciones y de
este abuso de superioridad. El Gobierno de España ha sido cómplice de la
supervivencia, al menos temporal, del régimen dictatorial de Maduro. Pedro Sánchez
ha sido coautor de la quiebra de la libertad de Edmundo González y de todo el pueblo
venezolano.
Y aunque esta maniobra ha prolongado los tiempos oscuros en Venezuela, la bravura
del pueblo venezolano, dirigido por la líder opositora María Corina Machado,
conseguirá que la libertad vuelva a millones de familias, a pesar de la actuación del
Gobierno de España.
Por más que la dictadura bolivariana se resista a morir, pronto llegará la hora de
decirle au revoir a Nicolás Maduro.
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