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No nos callarán

Foto del escritor: Mario Alberto RoldánMario Alberto Roldán

«Por suerte, lo que antes estaba mal visto, dejó de serlo. Y aquellas ideas que estaban bien vistas, lo woke, lo progre, que era fantástico, empezó a verse como algo malo. La izquierda, que tenía en los estudiantes a uno de sus principales defensores, poco a poco ha ido desapareciendo en este sector social para dar paso a posiciones más conservadoras, liberales, y, en general, de derechas».



Septiembre de 2018. Tras nueve años, mi vida cambiaba radicalmente. Ese año abandonaba el colegio para empezar el instituto. En aquella época, yo ya había comenzado a interesarme por la política, algo de lo que nunca se habló en casa, bien sea por desencanto o por desinterés. Hasta la preadolescencia, no me interesó la política. En el colegio nunca se había hablado de política en clase, y a mí tampoco se me había ocurrido sacar el tema hasta el momento. Tan sólo sabía decir que el presidente del Gobierno era Mariano Rajoy y que una señora bajita con un apellido muy largo era su número dos. Pero al llegar al instituto, la cosa fue totalmente diferente, y no para bien precisamente. Les pongo en contexto: en aquel momento, yo había empezado a leer el periódico, a informarme, a leer libros sencillos sobre política y economía, y, en definitiva, a investigar y a preguntarme el porqué de las cosas. Todo ello me hizo desarrollar una conclusión: jamás podré ser de izquierdas. Por aquellos años, Ciudadanos era un partido que me gustaba mucho. Un ideario que concordaba con las ideas que me parecían correctas para llevar un país hacia la buena senda, un líder carismático y un equipo preparado y con ganas de trabajar por España. Si yo hubiese podido votar en aquel momento, habría elegido al partido naranja. Claro que, luego la historia cambió…y vaya si cambió.  


Volviendo a lo que comentaba al principio, cuando entré al instituto me encontré un panorama totalmente distinto al que estaba acostumbrado en el colegio. Era obvio que no iba a ser igual, pero algo me llamó la atención especialmente: la facilidad con la que algunos profesores aireaban sus opiniones políticas en clase. No tenía ni idea de que eso se podía hacer, pero escudándose en el derecho constitucional de la libertad de cátedra, lo hacían. Poco a poco, me fui dando cuenta de que los profesores que expresaban sus opiniones lo hacían de forma totalitaria e irrespetuosa, y cómo no, de izquierdas. Todavía recuerdo joyas de una profesora que alababa las hazañas políticas de Pablo Iglesias como si del propio Cid Campeador se tratase. Daba igual lo que hiciese, que Pablo (como ella le llamaba) estaba haciendo lo correcto. Al principio me daba igual, pero cuando vi que estas actitudes se agravaron cuando comenzaron a insultar a los partidos de derechas y sus respectivos votantes, decidí plantar cara, algo que en ese momento estaba mal visto. Desde el minuto cero me encasillaron. Era “el facha”, y creían que con eso me podían ofender porque nadie más defendía mis ideas.


Debo decir que le cogí gusto a eso de ser el facha. Al principio no me gustaba, pero con el tiempo, cuando me lo decían, respondía con la cabeza bien alta: “Y a mucha honra”. Nadie entendía cómo persistía en defender unos ideales en los que nadie más creía. Estaba solo en mi batalla, pero no me importaba. Yo sabía que estaba en lo cierto, y a día de hoy sigo estando en el lado correcto de la historia. Y donde antes había una persona, luego fueron dos, después cinco, hasta que esa tendencia de lo woke, de lo progre, fue desapareciendo progresivamente con el transcurso de mis años en la secundaria. El culmen llegó en mi último año de Bachillerato, cuando finalicé el instituto y entré a la universidad. Ya no era el único que daba un golpe sobre la mesa y plantaba cara al adoctrinamiento de la progresía. Ya no era el único que llevaba orgulloso una bandera española en su muñeca, ni que defendía la Constitución o ideas en favor de la libertad.


Por suerte, lo que antes estaba mal visto, dejó de serlo. Y aquellas ideas que estaban bien vistas, lo woke, lo progre, que era fantástico, empezó a verse como algo malo. La izquierda, que tenía en los estudiantes a uno de sus principales defensores, poco a poco ha ido desapareciendo en este sector social para dar paso a posiciones más conservadoras, liberales, y, en general, de derechas. Ello se debe a múltiples factores, según mi punto de vista. Puede ser porque nuestra generación ha comenzado a informarse para evitar que personas como los profesores que mencioné anteriormente les adoctrinen, o porque simplemente, como yo decidí en su momento, lo han elegido porque creen que están defendiendo lo correcto. Lo único cierto es que cada vez más personas están hartas de lo políticamente correcto, de que ya no se pueda discernir en lo más mínimo del ideario oficial de la izquierda porque enseguida se nos tacha de “fascistas”, cuando los mismos que califican a la gente como tal no han visto uno en su vida, entre otras cosas porque no habían nacido. Esa “derechización” de la juventud es algo positivo, pues demuestra que la izquierda está acabada y con el paso del tiempo desaparecerá. Es el ciclo de la vida.


Esa lucha que una inmensa minoría iniciamos hace unos cuantos años en muchos lugares, hoy ha dado sus frutos. Cuando se burlaban de nosotros por defender unas ideas que no tenían casi aceptación, debieron saber que nada es para siempre y que su hegemonía política no duraría eternamente, pero su ego y superioridad moral no les dejó ver que algún día caerían como lo están haciendo hoy. Cada vez más gente se da cuenta de la gran estafa política del socialismo, de la izquierda y de sus ideas, por más que intenten mentir y sean profesionales del engaño, basta con coger un libro para darse cuenta de que ellos han sido siempre los malos de la historia. Por eso, quiero finalizar este artículo tal y como se titula: no nos callarán. Nos intentarán censurar (cada vez tienen menos medios para hacerlo), pero no podrán callarnos. La revolución de la libertad está en marcha y no podrán pararla. Por eso, no nos callarán.

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