Canarismo conformista, conformismo canarista
- Mario Alberto Roldán

- 11 jul
- 3 Min. de lectura
“La conformidad es el carcelero de la libertad y el enemigo del crecimiento”. Así habló Kennedy en 1961 ante las Naciones Unidas. Más que acertadas estuvieron sus palabras, que aún a día de hoy prevalecen.
Tengo el inmenso orgullo de sentirme canario, al igual que lo tengo de sentirme español y europeo, pero en ocasiones como la de hoy, que me ha llevado a escribir este artículo, me avergüenzo de la gente que conforma mi tierra. Canarias nunca ha sido la tierra mejor tratada, ni la más avanzada, ni la más querida por el Estado, pero hemos podido sacar adelante este archipiélago gracias al empuje de su gente, que en otra época fue reivindicativa, luchadora, peleona. Recordemos, si no, cómo la isla de Gran Canaria se unió para luchar por la creación de la ULPGC, acabando así con el monopolio de toda una vida de hegemonía política, cultural y social de Tenerife (o eso creíamos).
Echar la vista atrás es muy fácil, porque mirar al presente da miedo. El pueblo canario, otrora defensor de grandes causas, ha decidido volver a esa mentalidad provinciana que siempre se ha apoderado de las Islas Canarias, en forma de lema populista: Canarias tiene un límite. A través de mensajes catastrofistas que sólo buscan crispar y dividir, con unos profundos tintes xenofóbicos, pretenden vender una realidad apocalíptica del archipiélago, mientras romantizan la Canarias rural de los años 50, subdesarrollada y plagada de analfabetismo y caciques.
De este movimiento, es sorprendente saber (irónicamente) que se empezó a producir tras las elecciones autonómicas de 2023, es decir, cuando el PSOE de Ángel Víctor Torres salió del gobierno. Mucha casualidad es también que los que encabezan este “movimiento social” (que no es más que pura propaganda separatista) sean, casualmente, partidos y grupos de la izquierda y ultraizquierda canaria. Desde el PSOE (como no podía ser de otra manera, cuando se trata de estar del lado malo de la historia, ellos son los primeros), pasando por Nueva Canarias (o lo que quede de ellos) hasta acabar por Drago Canarias (el partido del elemento con rastas que agrede policías). Le lanzo una pregunta: ¿no es mucha casualidad que, justo cuando pasan a la oposición quienes gobernaron la pasada legislatura, empiecen estas manifestaciones y “movimientos”? ¿por qué no se hicieron durante el mandato de Torres, acaso la situación turística se ha producido mágicamente en los últimos dos años? ¿por qué en sus reivindicaciones no hablan de la importante carga migratoria que ha sufrido Canarias mientras el Ministerio de Política Territorial, que ahora dirige quien fue hasta hace poco el Presidente de las Islas? Creo que no hace falta responder nada de esto.
El grave problema de todo esto, más allá de que unos resentidos armen ruido mientras otros intentan no hacer grandes destrozos en el Gobierno de Canarias, es que nadie dice nada. La situación política en Canarias es la extrema nada para unos, y el ridículo constante por parte de otros. Entre esos lados se reparten el pastel cada cuatro años, y así llevamos desde que se instauró la democracia. Antes, por lo menos, la gente protestaba, ahora ni eso. Esa mentalidad mediocre, provocada por la pasividad de nuestros gobernantes, que tienen muchas personas que prefieren “tener pan a fin de mes” que “arriesgarse a perderlo porque si gobernasen otros no me van a dar mi ayuda”, ha servido como cebo para amansar a un pueblo que ha perdido toda noción de meritocracia y cultura del esfuerzo posible.
Supimos levantar una tierra, derribar barreras, avanzar pese a todos los palos que se nos pusieron por delante, ¿y ahora qué? Canarias tiene un potencial que no podemos ver porque no queremos. Tenemos una capacidad de desarrollo, de crecimiento, y en definitiva, una capacidad de extensión brutales. Tan sólo es necesario abrir los ojos, salir del yugo del nacionalismo al que nos hemos acostumbrado porque “hagan lo que hagan seguirán gobernando” que sólo nos hace retroceder en el tiempo: tan sólo hace falta ser un poco ambiciosos y ver más allá de la caja, porque sí, además de carcelero de la libertad y enemigo del crecimiento, es el mayor acto de odio a la tierra y de mediocridad moral.







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