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El acuerdo de la desvergüenza y la urgencia de una Autonomía Estratégica Multidisciplinar

Europa se encuentra ante el desafío de llevar a cabo una mayor estrategia autonómica integral en ámbitos clave como la seguridad y defensa, tecnología o energía. En este contexto, el acuerdo de la imagen entre Trump y la UE, representada por la presidenta de la Comisión Úrsula Von Der Leyen, destaca todo lo contrario: dependencia, sumisión e inacción.


“Europa es un gigante económico, un enano político y un gusano militar”. Éstas fueron las palabras pronunciadas durante los prolegómenos de la Operación Tormenta en 1990 por el ex Ministro de Asuntos Exteriores belga Mark Eyskens, generando asombro y siendo fruto de críticas y réplicas. En realidad, a medida que se desarrollan los acontecimientos en nuestro continente, es una verdad cargante y pesada que cuesta aceptar.


Un sinónimo de dicha afirmación son los acuerdos firmados entre Trump y la UE el pasado lunes 28 de julio, en la cual se aplicarán un 15% de aranceles a la Unión Europea de bienes exportados de la UE a EEUU, incluyendo automóviles, productos farmacéuticos y semiconductores, además de aranceles del 50% sobre acero y aluminio, además del compromiso a comprar 750 mil millones de dólares en productos energéticos estadounidenses durante los próximos tres años. A cambio de esto, la Unión Europea no impone aranceles a Estados Unidos y recibe promesas de agilización de procesos regulatorios de inversión europea y posibles exenciones fiscales y reducción de trámites. Sin duda se trata de un acuerdo altamente dispar que demuestra exactamente lo mismo: continúa una línea conformista que sólo posterga problemas y abre la puerta a una variable de falta de liderazgo dentro de la UE, y haciéndola más dependiente, quedando aún más lejos ese anhelo de la autonomía estratégica.


Desde hace más de una década, la Unión Europea ha ido enfrentando desafíos con dispares resultados, repitiendo como si de un mantra se tratase su aspiración en diversas áreas. Mientras sus comunicados oficiales están atestados de intenciones de revertir situaciones adversas, los hechos reales demuestran una realidad altamente preocupante: en un mundo galopante, Europa gatea, y en ocasiones sin un rumbo claro. Vista la situación cambiante mundial y el poder que comprende la geoeconomía dentro de la toma de decisiones, la interdependencia unido a una gestión ineficaz y negativa pueden generar una mayor vulnerabilidad si cabe, ejemplificadas en dicho acuerdo.


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Fuente: France 24.



Las dependencias que sufre Europa 

En este caso, cabe destacar una distinción entre los distintos ámbitos en los que se observan dependencias graves dentro de la política exterior Europea y su autonomía estratégica: Seguridad y Defensa, Energía y Tecnología y Comunicaciones, siendo los datos estremecedores en todos ellos.


En primer lugar, pese a los esfuerzos políticos, la Unión Europea sigue siendo incapaz de generar una defensa común sin depender de actores externos. Según datos oficiales la inversión media de la Unión Europea ha sido similar y estable en los últimos 20 años, ubicándose todos los países entre el 1% y el 2% de gasto en PIB reservado a dichas materias. La guerra de Ucrania pretendía ser un catalizador de reformas, pero a día de hoy sus inversiones en defensa continúan siendo insuficientes, y en su gran mayoría provenientes de la industria estadounidense, como el sistema de misiles Patriot, o los cazas F-35, recientemente usados. De hecho, como ejemplo, el 78% de las compras militares de los países europeos de la OTAN provinieron de fuera de la UE, especialmente de EE. UU. (fuente: SIPRI)


La aprobación de la Brújula Estratégica en 2022 (la cual articulaba cuatro ejes: actuar, invertir, asociarse y proteger) supuso un primer paso para solventar dichas diferencias, por el contrario este proyecto presenta desafíos que zarandean su viabilidad, como la propia fragmentación interna respectiva a la cesión de soberanías, la interpretación literal del art. 42 del Tratado de la Unión Europea, o las superposiciones entre competencias UE y OTAN.


Por otro lado, en el sector energético, durante la guerra de Ucrania se rompe la apuesta por la que la Unión llevaba décadas invirtiendo: el gas ruso, siguiendo la Teoría de la Paz Liberal (el comercio y la cooperación como vehículos de paz), la cual no saldrá bien, pues el 41% de importaciones de gas hacia la UE provenía de este destino. Dicha dependencia no sólo tiene tal causa: la generación de recursos fósiles internos insuficientes (Europa sólo produjo en 2022 el 13% de su consumo natural de gas natural), apoyos a proyectos Rusos como NordStream 1 y 2, acuerdos vinculantes a largo plazo, así como la lentitud en la conversión de un modelo fósil y centralizado hacia una energía menos contaminante generaron una situación difícil, pues, a pesar de los esfuerzos por diversificar las fuentes de energía cumpliendo con el compromiso europeo de superar las exigencias propuestas en el Protocolo de Kioto y el Acuerdo de París, mediante el Pacto Verde Europeo y planes como RePowerEu, las renovables no crecieron según lo esperado por causas burocráticas y de falta de almacenamiento de energía.


En siguiente lugar, en el ámbito de la tecnología también asiste Europa a un proceso de total dependencia de actores no europeos.Según la Comisión Europea (2023) más del 90% de los datos de la nube de Europa son procesados por empresas extranjeras (principalmente chinas y Estadounidense), siendo la UE altamente vulnerable a riesgos de seguridad cibernética, hacking, espionaje o manipulación de datos, como en el caso de Facebook-Cambridge Analytica (2018), cuando se mostró la vulnerabilidad de la protección de datos de ciudadanos de la Unión. Por otro lado, también la dependencia en la producción de semiconductores (altamente relevante para la industria actual) ha conllevado a que la Unión sólo produzca por sí misma el 10% de los semiconductores avanzados a nivel mundial, siendo altamente dependiente del mercado asiático y generando crisis de desabastecimientos clarividentes en caso de falta de suministro de dicho mercado, teniendo además en cuenta el contexto de tensiones comerciales en dicha zona. Se realizan en este campo iniciativas como el proyecto GAIA-X, pensado para construir una infraestructura europea de datos, que avanza a paso lento y con poca tracción real; o en 2022, que se el Plan de Acción de Semiconductores, pero la falta de capacidades de I + D, los límites de dichas inversiones y las dificultades en su ejecución están provocando que sus consecuencias sean menos eficaces de las que se esperaban también en este sentido.


¿Sería viable un Sistema Estratégico Integral Europeo?

La pregunta sobre la viabilidad de un sistema estratégico integral europeo ya no puede responderse desde la abstracción, sino desde la urgencia. La Comisión Europea ha esbozado en los últimos años propuestas en esa dirección, bajo fórmulas como la Open Strategic Autonomy, que busca reducir vulnerabilidades críticas en defensa, energía, tecnología o cadenas de suministro. Por el contrario, parece más una autonomía intencional que declarativa.


Pese a ello, existen condiciones objetivas que podrían favorecer un salto cualitativo. En primer lugar, la creciente inestabilidad geopolítica (desde la guerra en Ucrania hasta la fractura del orden liberal internacional). Lo advirtió Emmanuel Macron en su célebre discurso en la Sorbona (2024): "Europa sólo puede ser fuerte si es próspera [...]. Y tenemos que dejar de ser ingenuos y proteger mejor nuestras industrias [...] Europa puede morir". En segundo lugar, ya existen herramientas institucionales y financieras sobre las que construir: el Fondo Europeo de Defensa (EDF), la Estrategia Industrial de Defensa Europea (EDIS), el Mecanismo Europeo de Apoyo a la Paz (EPF), o el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE). A ello se suma un corpus jurídico que habilita acción conjunta, especialmente en el marco de la PESC/PCSD (Política Común de Seguridad y Defensa), según los artículos 21 a 46 del Tratado de la Unión Europea (TUE).


Pero, por supuesto, los obstáculos son considerables: divergencias políticas entre Estados, falta de voluntad política, escasez de inversiones propias, y la persistente dependencia militar e industrial de actores externos, sobre todo de Estados Unidos (como bien se ha observado con la firma de este acuerdo dispar del que se hablaba al inicio). Sin embargo, pensar en un sistema estratégico integral europeo no debe partir de la utopía del consenso total, sino de un enfoque gradual, multinivel y pragmático. Como dispone el informe “ReArm Europe Plan/Readiness 2030” será necesario “realismo político, flexibilidad institucional y liderazgo continuado”.


Algunas propuestas ya circulan en este sentido: crear un Consejo de Seguridad Europeo que pueda tomar decisiones operativas rápidas; aplicar el artículo 44 del TUE, que permite a grupos de Estados lanzar misiones de defensa en coalición sin esperar unanimidad; y consolidar el papel del SEAE como motor de acción estratégica exterior. Un sistema estratégico integral europeo no es una meta inmediata, pero sí una trayectoria posible.

Pero su viabilidad no depende solo de capacidades materiales, sino de un cambio de pensamiento profundo: sustituir improvisación y postergación por previsión y 


Entonces; ¿Para qué sirve la UE?

Al ciudadano de a pie, una vez observa las vulnerabilidades actuales de la propia institución, visibles en la toma de decisiones en acuerdos multilaterales, la lentitud burocrática para la implantación de cualquier medida, la ineficacia de los representantes de la misma, la inexistencia de planes y objetivos claros y viables más allá de buenas palabras e intenciones, le surge esta cuestión y comienza a disminuir su confianza en una Unión que está siendo descuidada y pensada desde las buenas palabras y la subjetividad, y no desde la acción (según Eurobarómetro, la confianza en la UE  ha rondado el 51%, lo cual implica un escepticismo del otro 49%, a pesar de ser unos datos considerados como muy positivos).


En el fondo del debate cuando se plantean cuestiones de autonomía estratégica, acción exterior o a la hora de enfrentar problemas correspondientes a la geopolítica global, surge también esta cuestión, que no debe ser respondida bajo binomios (soberanía o cesión, autonomía o dependencia), sino bajo una cuestión existencial: ¿queremos pasar por el mundo o que el mundo pase por encima de nosotros? ¿Pretende Europa ser irrelevante o líder? Es cierto que dentro del contexto de la multipolaridad, la UE no podrá aspirar a ser una superpotencia solitaria, pero sí puede convertirse en un actor estratégico efectivo. Para ello, necesita voluntad política, visión compartida y, sobre todo, conciencia ciudadana. 


La autonomía estratégica no significa cerrar fronteras ni renunciar a alianzas comerciales. Significa poder elegir sin ser elegido. Tener capacidad de acción y previsión, así como unas reservas propias de energía, telecomunicaciones y defensa. No verse forzada a responder, sino poder anticiparse. Y, sobre todo, dejar de ser un actor normativo con aspiraciones globales que carece de las herramientas para defender sus propios intereses. Todo ello ha sido mal enfocado por la UE en estos últimos años, donde, en un mundo cambiante, Europa no puede permanecer impasible y quieta, debe reclamar sus propios intereses, que no es otro que el de todos los ciudadanos europeos.


Porque la geopolítica es como la vida, quien no tiene estrategia, acaba siendo parte de la estrategia de otro.

 
 
 

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