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FEUDALISMO GENERACIONAL: Los terratenientes vs la generación del netflix

Crecimos después de la generación que lo tuvo todo. La generación que compró casa con una nómina, que se jubiló antes de los 65, que entró en la función pública con un curso por correspondencia, que se aseguró pensiones vitalicias y derechos blindados. Y sobre todo, la generación que convirtió su bienestar en narrativa, en ejemplo, en una especie de dogma: si ellos lo lograron, nosotros también podríamos.


Bastaba con estudiar, con esforzarse, con ser buenos. Pero el mundo que nos prometieron no existe. Las reglas que ellos rompieron —con razón— para abrir las puertas a nuevas libertades, se llevaron por delante muchas otras que sostenían la promesa de futuro. Se nos educó para vivir en una sociedad que ya no existe. Se nos formó con la idea de que si lo hacíamos todo bien, todo iría bien. Y no es así. No hay casa. No hay plaza. No hay herencia. El ascensor social del que se aprovecharon se averió y en vez de repararlo, nos dijeron que aprendiéramos a trepar por la escalera de incendios. Y si no lo logramos, es culpa nuestra por ver Netflix, por pedir comida a domicilio o por salir de vez en cuando (que perfecta ironía viniendo de la generación de la ruta del bacalao).


Mientras tanto, el sistema sigue sangrando cotizaciones para pagar pensiones que ya nadie sabe cómo sostener. Y cuando decimos que quizás habría que revisar el pacto generacional, nos responden que somos unos egoístas. Egoístas por no tener hijos que sostengan su pirámide de población insostenible, egoístas por no hipotecarnos a 40 años, egoístas por no querer reproducir un sistema que solo reproduce frustración.

Pero el remate no es económico. Es simbólico. Porque en este contexto de precariedad heredada, aparece el culmen del cinismo: Europa se rearma. Se habla de patriotismo, de volver a la mili, de preparar a la juventud para el sacrificio. Los mismos que hicieron del concepto de nación algo rancio ahora quieren que muramos por ella.

Y no hablo en abstracto. Hablo de los tertulianos que nunca sirvieron, de los diputados que ni hicieron la mili ni la respetaron, de los columnistas que confundieron el pacifismo con la indiferencia y ahora exigen compromiso desde el plató. No son ellos los que irán al frente. Eso ya lo sabemos. Ellos están reservados para la retaguardia moral, donde se ganan guerras sin salir de casa.


Quienes irán al frente serán los mismos de siempre: los que no pueden pagar el alquiler, los que aún creen que quizás sacrificarse por algo tiene sentido. Y eso es lo más cruel. Que incluso en esta guerra simbólica nos quieran usar como carne de épica, sin habernos dado patria, ni propósito, ni futuro. Solo deuda. Solo silencio. Solo culpa.

 
 
 

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