Urbi et orbi
- Daniel Meno Díaz
- 23 abr
- 4 Min. de lectura
Se le acusó de complicidad con la dictadura argentina y de tibieza a la hora de posicionarse en la invasión de Ucrania; pero nadie puede negar que, durante su pontificado, ha dado a la Iglesia un cariz más próximo a homosexuales, divorciados o desfavorecidos
Lunes, 21 de abril de 2025. 7:35 horas. Un hombre muere en una habitación de un edificio en el corazón de Roma. Y, con su último suspiro, exhalado el día después de la Resurrección de Cristo, su vicario en la Tierra optaba por reunirse con el Padre. Fallecía el Papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio para aquellos que lo habían visto nacer en Buenos Aires en 1936 y se iniciaba el proceso que, como cada vez que queda la sede vacante, pretende enmascarar bajo el auspicio del Espíritu Santo al particular Juego de Tronos de la geopolítica vaticana.
Y es que, fallecido el Santo Padre que había regido la Iglesia desde 2013, cabe ahora hacer un balance de los años que lideró la milenaria institución. Verdaderamente, no hay santo sin pasado ni pecador sin futuro; y Francisco fue, como todo hombre, uno con luces y sombras a lo largo de su vida. Se le acusó de complicidad con la dictadura argentina y de tibieza a la hora de posicionarse en la invasión de Ucrania; pero nadie puede negar que, durante su pontificado, ha dado a la Iglesia un cariz más próximo a homosexuales, divorciados o desfavorecidos. Viajó a Arabia y a Nueva Guinea y, aunque no visitó España y no fue capaz de volver a su querida Argentina, siempre tuvo en mente esa América Latina que le vio nacer.
Es evidente que no fue un sabio como lo fue Benedicto XVI, quien fue sin duda uno de los grandes teólogos e intelectuales del primer cuarto del siglo XXI; y no fue un hombre que, con su acción, auspiciara la caída del imperio comunista como hiciera Juan Pablo II; pero indudablemente su huella quedará grabada en la mente de muchos, que le recordarán como un hombre humilde y carismático, cercano a los ciudadanos de a pie.
Quizás el reto más importante que enfrente ahora su sucesor sea dar a su papado una impronta tan duradera como la que han dejado sus inmediatos predecesores. Y es que, no estando exento de polémicas, un total de 137 cardenales electores de todos los puntos y rincones del globo se ven ahora en la obligación de decidir a quien le suceda: ¿tendremos al primer papa africano (y negro) que restaure los valores tradicionales, como parece reclamar el guineano Robert Sarah? ¿Optará el Cónclave por una línea continuista, moderada y diplomática con el italiano Pietro Parolin? ¿Será Luis Antonio Tagle, filipino, el que sea llamado desde el otro confín del mundo para seguir con la doctrina del carismático pontífice argentino? Posiblemente hoy, ni siquiera los cardenales que habrán de encerrarse en la Capilla Sixtina sean capaces de responder a dicha cuestión. Cuando las puertas de la capilla se cierren y el Decano del Colegio Cardenalicio mande extra omnes a todos aquellos que no deban estar dentro, será la política la que mandará y designe, en su caso, al nuevo sucesor de San Pedro hasta su eventual fallecimiento.
Y esta decisión no es baladí. La fe ya no tiene ejércitos como los tuvo en el pasado y la llamada a la “guerra santa” no es nada más allá de un eco nostálgico de la conquista del Reino de Jerusalén. Pero sí tiene la capacidad de influir en millones de católicos que sienten, aman, viven, pagan impuestos y, en muchos territorios, votan. Un pontificado más conservador beneficiará a los intereses de los gobernantes de países donde el debate público esté más escorado “a la derecha” y viceversa. El poder blando hoy tiene tanta o más relevancia que nunca antes gracias a las redes sociales, y una palabra correctamente seleccionada dicha al oído adecuado en el momento certero puede ser suficiente para desencadenar una reacción que no pudiéramos prever las consecuencias. Una especie de “efecto mariposa” de la comunicación avivado por la inmediatez de la vida en el 2025. La Santa Sede es especialista en este poder blando, que ejerce a través de la mayor red de embajadas de todos los países del mundo (182 misiones diplomáticas) y las finanzas vaticanas mantienen el patrimonio cultural de la humanidad a lo largo del globo.
Sin embargo, sobre las implicaciones que podrá tener el próximo nombre que elija aquel que haya de ocupar la silla de San Pedro en un futuro inmediato no compete hablar en la actualidad. Hoy, mientras siguen tañendo a duelo las campanas de Santa María la Mayor, Nôtre-Dame o la Sagrada Familia y los restos siguen esperando a ser inhumados; los discretísimos jugadores del Colegio Cardenalicio comienzan a poner sus piezas sobre el tablero. ¿El resultado de este juego? Solo Dios lo sabe y nosotros nos enteraremos cuando el humo blanco cruce, una vez más, el cielo de Roma y salude a “la ciudad y al mundo”, urbi et orbi.
Comments