La libertad avanza o el mundo retrocede
- Mario Alberto Roldán

- 6 oct
- 4 Min. de lectura

“No podemos permitirnos caer en las garras de quienes relativizan la vida y el derecho a pensar distinto; la libertad avanza cuando los hombres buenos actúan, y retrocede cuando callan ante la injusticia”.
“Los atentados de ETA tienen justificación política”, afirmaba Pablo Iglesias en 2014, cuando fundó aquel harén comunista que se hizo llamar Podemos. No fue un lapsus, sino una declaración de intenciones: abrir la puerta a la política de la tensión, a la provocación permanente y al juego sucio como método de ascenso. Desde ese momento se consolidó un estilo de hacer política incendiaria, la misma que tanto complacía a Zapatero, el gran arquitecto de muchas de las anomalías que hoy sufrimos bajo el mandato de su alumno más aplicado, Pedro Sánchez. Triste pero cierto: gracias a la izquierda, hemos llegado a una degeneración moral que nos hace clasificar los asesinatos como “buenos” o “malos” según la ideología de la víctima.
Tal vez por eso el PSOE no tiene reparo en mancharse las manos con la sangre de cientos de inocentes cada vez que pacta con Bildu, el brazo político de ETA. Tal vez por eso no sienten vergüenza al justificar, de manera indirecta o encubierta, crímenes como el de Charlie Kirk, cuyo único pecado fue no ondear las banderas de moda y no arrodillarse ante la corrección política. ¿Ven ya la comparación? Es estremecedor: ciertas personas (todas ellas de izquierdas, confirmando una vez más su falta de moral) se atreven a decidir qué muertes son condenables y cuáles pueden ser comprendidas o incluso aplaudidas. ¿En qué momento parte de la sociedad se arrogó el derecho de juzgar la vida de otros?
Charlie Kirk, un activista conservador, provida, contrario a la inmigración ilegal, defensor del trumpismo más casto y del catolicismo, fue asesinado públicamente, delante de miles de personas. Su único “crimen” fue mantener sus ideas con firmeza, sin complejos, frente a una izquierda rabiosa que lo convirtió en objetivo. Y la respuesta de nuestros dirigentes fue un frío “que descanse en paz, pero…”, “lo han matado, pero…”. No hay “pero” que valga. Ninguna causa política puede justificar un asesinato, salvo que la víctima hubiese atentado antes contra la vida de otros. Como recordó Cicerón: “La vida de los muertos está en la memoria de los vivos”. Y yo añadiría: la forma en que una sociedad honra a sus muertos dice más de su dignidad moral que cualquier discurso.
Pero lo cierto es que esto no es nuevo. La situación recuerda inevitablemente a aquellos años de plomo en los que ETA asesinaba a policías, guardias civiles, políticos y ciudadanos corrientes por el mero hecho de resistirse al chantaje o defender lo correcto. No citaré casos concretos, porque sería injusto dejar tantos otros fuera. Son centenares las víctimas de esa escoria humana que, con la impunidad del tiempo, hoy se pasea en corbata, ocupando escaños en las instituciones que juraron destruir. Han cambiado la capucha por el traje y la bomba lapa por el escaño, pero la naturaleza sigue siendo la misma: el odio y el desprecio a la vida humana como arma política.
El boicot a la Vuelta Ciclista a España, encabezado por un exetarra en el País Vasco, es una muestra más de cómo pretenden reabrir la herida del miedo. Y lo más grave: cuentan con la complicidad del Gobierno de España, que ha preferido dar la espalda a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado para abrazar a quienes tienen un pasado teñido de sangre inocente. Como dijo Edmund Burke: “Para que triunfe el mal, basta con que los hombres buenos no hagan nada”. La inacción, la tibieza, el “pero” y la equidistancia son, en este contexto, una forma de complicidad.
La conclusión es amarga pero evidente: España está repitiendo la historia. La sociedad sigue polarizándose hasta el extremo; la izquierda y la derecha permanecen atrincheradas en un combate que ha dejado de ser dialéctico para convertirse en moral. Unos aplauden sin vergüenza las mayores inmoralidades cometidas; los otros, incapaces de articular una resistencia eficaz, solo esquivan golpes o lanzan relatos frustrados. Pero la tensión se acumula. Y llegará un día en que ese aire espeso, que hoy apenas se puede respirar, explote. Entonces veremos multiplicarse los casos como el de Charlie Kirk: más muertes, más justificaciones, más relativismo.
Y lo peor es que ya se nos está advirtiendo. Recordemos las palabras de la actual Ministra de Hacienda, cuando afirmó sin pudor que Feijóo no llegaría vivo al final de la legislatura. Esta amenaza se inscribe en un patrón histórico: el Congreso ha sido escenario de advertencias veladas de socialistas, una forma de hacer política que ya costó sangre, como cuando La Pasionaria señaló a José Calvo Sotelo y, poco después, fue asesinado. Esa lógica de intimidación y violencia sigue presente, disfrazada de discurso parlamentario o pactos de gobierno.
Por eso el título de este artículo no es casual: La libertad avanza o el mundo retrocede. En estas elecciones cruciales de Argentina, donde se juega el futuro frente a la barbarie kirchnerista, el plan de salvación liberal de Milei representa la única esperanza de defender la libertad y la dignidad frente al autoritarismo disfrazado de política. No podemos permitirnos caer en las garras de quienes relativizan la vida y el derecho a pensar distinto. La libertad avanza cuando los hombres buenos actúan; retrocede cuando callan ante la injusticia.
¿Y cuál será el crimen de los asesinados? El mismo que siempre: haber defendido sus ideas sin complejos, haber sido fieles a sí mismos en una sociedad que ha perdido la brújula moral. Como advirtió Winston Churchill: “Un apaciguador es alguien que alimenta a un cocodrilo esperando que sea el último en ser devorado”. Y frente a la barbarie, la acción, el coraje y la libertad no son opcionales: son imperativos históricos.







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