Desentrañemos el ecologismo: ¿por qué íbamos a proteger el medio ambiente? «A mí qué me importa ―podríamos pensar―, si lo relevante es el ser humano y sus intereses individuales». Y «efectivamente ―contesto yo―: debemos protegerlo, y ser ecologistas, por tanto, porque hacerlo implica respetar los derechos individuales, mientras que no hacerlo implica vulnerarlos. Aunque con matices». Resolvámoslos.
En primer lugar, debemos dejar a un lado el gran debate sobre la consideración de los animales y las cosas (v. gr. un árbol) como sujetos jurídicos titulares de más o menos derechos. Lo dejamos a un lado porque es irrelevante para lo que nos atañe: no protegemos, por ejemplo, a algunas especies en peligro de extinción, por el hecho de ser especies en combinación con el hecho de su situación en peligro de extinción, sino por el valor que genera su conservación para el ser humano. Si no fuera así, nos esforzaríamos en preservar los virus más letales y, en general, los seres vivientes que más perjudican el desarrollo de la vida humana. Evidentemente no lo hacemos. Partimos de la base, por tanto, de que tiene sentido defender el medio ambiente en tanto en cuanto es valorado positivamente por el ser humano, no por poseer este un valor intrínseco.
¿Pero qué pasa cuándo los intereses de dos personas colisionan? Los derechos de propiedad entran en escena: yo no tengo derecho a agredirte porque genero un daño sobre ti. De la misma forma, yo no debo tener derecho a contaminar porque, aunque en una cantidad marginal para cada ser humano por separado, también genero un daño sobre los individuos que componen la sociedad. Precisamente en la concreción de este daño y sus consecuencias radica la complejidad del problema ecológico, pero lo que sí está claro es que los extremismos alarmista y negacionista ignoran la evidencia científica cuando formulan sus recetas.
Así, sólo en el marco de la protección del individuo (que, reitero, compone el colectivo) y del uso integral de la evidencia científica para este fin debemos entender el ecologismo. La evidencia más obvia es que hay problemas que por razones físicas son globales. Este es el caso del cambio climático, o de la capa de ozono. La exitosa solución que se dio al segundo señala el camino a seguir para combatir el primero, que es además rey indiscutible en el mundo del ecologismo: no tiene sentido tratar de imponer restricciones empobrecedoras en España mientras en China contaminan inmensamente y cada vez más. Pero tampoco podemos ser hipócritas y exigir que los países en vías de desarrollo renuncien al mismo en favor del cambio climático. Nosotros no lo hicimos y ellos tampoco lo harán. Por eso, debemos facilitar el desarrollo en estos territorios y tratar por todos los medios de alcanzar convenios internacionales que enfrenten de forma efectiva el problema climático. Y así con todo: análisis, racionalidad y definición correcta de los derechos de propiedad. Nada más que liberalismo, que, por cierto, implica ecologismo (el de verdad).
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