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Daniel Meno Díaz

Una catilinaria al Presidente del Gobierno



 Quo usque tandem abutere, Sánchez, patientia nostra? quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?


¿Hasta cuándo has de abusar de nuestra paciencia; Sánchez? ¿Cuándo nos veremos libres de tus sediciosos intentos? ¿A qué extremos se arrojará tu desenfrenada audacia? No puedo evitar recordar al célebre orador romano que pronunció estas palabras en el Senado de la República en noviembre del 63 a.C. cada vez que tus homilías de insolente autocomplacencia y condescendencia interrumpen la tranquilidad de mi salón. ¡Catilina! ¿Cuánto más habrás de conspirar para alterar la paz y el orden de esta res publica nuestra que no es sino república coronada? ¿Cuánto más pervertirás el sentido del honor y de la palabra dada para satisfacer tu perversa y patológica ambición? 

“¿Imaginas que alguno de nosotros ignora lo que has hecho anoche y antes de anoche; dónde estuviste, a quién convocaste y qué resolviste?”


¿Imaginas que hemos olvidado las palabras y las promesas que hiciste, de las cuáles ninguna queda en pie? ¡No! ¡Lo sabemos, lo sabemos todos! Y, sin embargo, ahí sigues; en tu particular palatino; aislado de la realidad en esa suerte de síndrome monclovita tan usual entre aquellos que tuvieron la desgracia de precederte. ¡Quién iba a decirnos que ibas a hacer bueno a la suerte de Tarquinio que fue Zapatero! 


Ciudadanos respetables, sin mácula sobre su nombre, han visto su vida truncada por tu falaz y maledicente acción contra sus personas. Instituciones cuyo prestigio era reconocido por propios y ajenos se han encontrado con el desprecio y el desapego de todos aquellos cuyo salario y modus vivendi no dependiera directamente de su cuenta de resultados. “Y nosotros, senadores, dejamos enmohecer en nuestras manos desde hace veinte días la espada de vuestra autoridad”. Senadores, sí, depositarios de la soberanía nacional; pues es el pueblo español en quien reside la misma, del que emanan los poderes del Estado. Del que, por ende, emana tu poder. Esos mismos poderes a quienes tu acción no solo se ha limitado a faltar al respeto, sino a regirse por una suerte de l’état c’est moi; en un despotismo que pretende semejar ilustrado pero que no resulta sino de un infantilismo y simpleza insultante para el ciudadano promedio. ¡Ay, Catilina! ¡Si te viera Luis XIV, ese a quien tanto intentas parecerte nombrando a tus acólitos como juez y parte de cada traba que encuentres en tu camino al abismo, ¿qué habría de decir el Rey Sol?


“Fuiste, pues, Catilina, aquella noche a casa de Leca, repartiste Italia entre tus cómplices, determinaste adónde debía ir cada cual de ellos, elegiste los que habían de quedar en Roma y los que llevarías contigo, señalaste los parajes de la ciudad que habían de ser incendiados, aseguraste que partirías pronto, dijiste que si demorabas algo tu salida era porque aún vivía yo.” Catilina, Sánchez, tú que repartiste España entre aquellos hombres de quienes todo tu poder depende y en quienes toda tu autoridad reside. Tú, que repartiste las mieles y riquezas que se atesoran en la Moncloa entre aquellos acólitos de tu poder; determinaste un futuro para la patria; para tu versión privada y personalísima de esta. Elegiste quiénes debían reinar en cada uno de los pequeños feudos que se crearan, incendiar la villa y corte y ser rey de las cenizas. 


Si no has tomado posesión de las pocas instituciones que quedan por ser corrompidas no es sino porque hubiera sido de tal escándalo que ni siquiera una cara marmórea como la tuya hubiera resistido intacta el golpe. Pero no eres sino una suerte de Narciso descafeinado, que embobado con su reflejo en el lago del poder contempla, ajeno a la realidad de los hombres que le rodean, el cómo los espectros de sus ensoñaciones neronianas le adulan bajo el pretexto de su presunta magnanimidad. Sin embargo, Narciso cayó al lago, donde falleció ahogado intentando besar su propio reflejo, y a ti, Catilina, habrá de llegarte el día donde la ambición de la que tanta gala has hecho, habrá de cobrarse su pago. Entonces, “no se consentirá más que por un solo hombre peligre la república."


Nuestra res publica, que es república coronada por el Borbón más digno de ser Rey de las Españas desde Alfonso XII, parlamentaria y democrática, está muy por encima de tus ambiciones personales; pretéritas, presentes y futuribles. “Y tú, que por la conciencia de tus maldades sabes el justo odio que a todos inspiras, muy merecido desde hace tiempo, ¿Vacilas en huir de la vista y presencia de aquellos cuyas ideas y sentimientos ofendes?”6 ¿Por qué apenas sales ya de Moncloa si no es para ir a un concierto de acólitos y fervorosos asalariados del partido que dominas con férreo puño? 


Quo usque tandem abutere, Sánchez, patientia nostra? ¿Hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia, Sánchez? Tú que vas, de derrota en derrota hasta la derrota final, encadenando escándalos que pretendes esconder con otros mayores y que llegaste a la más alta magistratura del Estado cabalgando una mentira. No hay mayor corrupción que la que atenaza tu alma, Catilina. “Ninguna maldad se ha cometido desde hace años de (la) que tú no seas autor; ningún escándalo sin ti; libre e impunemente, tú solo mataste a muchos ciudadanos y vejaste y saqueaste a los aliados; tú, no sólo has despreciado las leyes y los tribunales, sino los hollaste y violaste.”


Ni un servidor es Zola ni es esto una suerte de “J’accuse!”; mas los eventos se suceden en una suerte de degradante y decepcionante indigencia moral que no sirve sino de lastre de una clase política que, si bien es posiblemente la más formada de nuestra historia, es funcionalmente la más analfabeta. 


Márchate, pues, Catilina, para bien de la república, para desdicha y perdición tuya y de cuantos son tus cómplices en toda clase de maldades y en el parricidio; márchate a comenzar esa guerra impía y maldita”8; y esto lo añado yo, contra tus fantasmas y los espíritus del pasado a los que tan indisociablemente unido pareces estar. Márchate y, cuando hayas cruzado las puertas al ostracismo, haz un favor al Estado, ese al que tan apegado pareces estar, y déjala bien cerrada, para que ninguno de tan baja ralea como tú vuelva, más indignante si cupiera la magistratura presidencial. 

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